EL ARREBATAMIENTO DE LA IGLESIA (Parte 1)
“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.” (1 Tesalonicenses 4:16,17)
El arrebatamiento de la Iglesia verdadera hacía las esferas celestiales es un tema que ha fascinado a muchos estudiantes de las Sagradas Escrituras a través de los años. Es la bienaventurada esperanza del pueblo de Dios, quien nos ha prometido librarnos de los juicios del período de la tribulación, los últimos siete años de esta era. En las pasadas publicaciones vimos a través de las escrituras proféticas, que desde la muerte sacrificial de Jesucristo sobre la cruz del Calvario, Satanás y sus ángeles caídos fueron arrojados del cielo, después de una gran batalla contra el Arcángel Miguel y sus ángeles,
“Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.” (Apocalipsis 12:7-9)
A partir de ese momento, Satanás se vio vencido y derribado por tierra; reconoció que le queda poco tiempo, esto lo llena de gran ira y genera una gran persecución contra la nación de Israel y contra la Iglesia. Como resultado de esto, surge el presente siglo malo, donde Satanás ha elaborado el “misterio de la iniquidad”, su plan maestro para traer al anticristo a reinar sobre el mundo. Esto se explicó a través de las pasadas nueve publicaciones. En este punto de la historia, Dios interrumpe la actividad en el mundo y traslada repentinamente a las personas que murieron en el período comprendido desde la muerte y resurrección de Jesús, hasta el momento del arrebatamiento. Pero no levanta a todo tipo de creyentes, sino a aquellos que han vivido en obediencia a la Palabra de Dios,
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21-23)
Esto nos deja saber que manifestar milagros y profetizar nos es el distintivo de la verdadera Iglesia, a pesar de que los dones espirituales (1 Corintios 12:1-11) son parte de la vida cristiana, pero no es lo que la distingue. Lo que hace conocer al mundo que somos discípulos del Señor, son los frutos de espiritualidad que produce el Espíritu de Dios en nosotros, cuando caminamos en obediencia a su voluntad,
“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.” (Mateo 7:16,17)
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13:35)
Esto nos coloca en la gran responsabilidad de cuidar nuestra salvación con mucho esmero,
“... ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Filipenses 2:12,13)
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.” (Hebreos 12:1416)
“... sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” (Apocalipsis 2:10)
De manera que no podemos esperar que el Espíritu Santo transforme nuestras vidas si nosotros no anhelamos esa transformación. La salvación se dio por gracia de Dios, y diariamente dependemos de ese favor divino para todo, porque la gracia es el favor inmerecido del Creador para el creyente que reconoce que por sus propias fuerzas no le sería posible caminar al nivel de los estándares del Señor. La salvación tiene dos aspectos:
- El lavamiento de la regeneración- Esto es el poder del sacrificio expiatorio de Jesús sobre nosotros, cuando renunciamos al pecado y aceptamos su señorío sobre nuestras vidas. Esta obra es instantánea y por ella nacemos espiritualmente a una vida genuina con Dios.
- La renovación en el Espíritu Santo- Esta es la transformación diaria que experimentamos cuando oramos y le permitimos al Espíritu de Dios que haga morir nuestras pasiones pecaminosas y ponga en nosotros el carácter de Cristo. Es una obra gradual que tenemos que trabajar diariamente y dura toda la vida. Literalmente desaprendemos la mentalidad mundanal de pecado y aprendemos a sentir y ver la vida cómo Jesús.
“... nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo… (Tito 3:5)
Esto lo hemos explicado anteriormente, pero volvemos a explicarlo porque es demasiado importante para nuestro crecimiento espiritual. Hay creyentes que llevan toda la vida esperando que Dios los cambie y no hay crecimiento espiritual porque no han entendido su parte en el proceso. Las personas que serán levantadas en el arrebatamiento son aquellas que han permitido que el Espíritu Santo moldee su carácter, personalidad y emociones conforme al carácter de Jesús. Eso se llama santidad; muchos le tienen miedo a este concepto, porque lo relacionan con austeridad, ascetismo, como si hubiera que vivir encerrado y no se puede hacer nada. Eso no es santidad, es “santurronería” (falsa santidad). El verdadero creyente es una persona amante de Dios, de su palabra, que vive en la libertad del Señor, no libertinaje; obediente a la ley divina, pero no extremista. No tiene que ver con denominación religiosa, sino con una verdadera relación con Dios,
“ Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” (Juan 4:21,23)
Las congregaciones influyen en el crecimiento espiritual del creyente para bien o para mal, dependiendo del tipo de enseñanza que imparten a la grey, para su formación teológica. Sin embargo a la hora de la verdad, cada creyente tiene que aprender del Espíritu Santo, en la intimidad de la oración y la reflexión en las Sagradas Escrituras,
“Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.” (1 Juan 2:27)
Esta es la calidad de creyente que Dios librará de la hora de la prueba que ha de venir sobre todo el planeta: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra.” (Apocalipsis 3:10)
Precisamente estas palabras dadas a la iglesia de Filadelfia, cuyo nombre significa “fiel”, nos habla que lo más importante para el Señor es que su pueblo lo ame y guarde su Palabra, porque ella es vida para nuestra alma y refrigerio para nuestros huesos. También habla de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, eso es una expresión que se refiere al período de la tribulación, el momento más caótico que le tocará vivir a la humanidad. El Señor asegura que guardará a su pueblo fiel “de la hora de la prueba”, no “en la hora de la prueba”, lo que indica la remoción de la Iglesia antes de que comience cualquier porción de ese período. En próximas publicaciones estaremos considerando ese tiempo con más detalles.
Dice que será para probar a los que moran sobre la tierra. La palabra que se usa para “prueba” es “peirasmos” que significa “infligir toda clase de males contra alguien, para que se demuestre su verdadero carácter”. El período de la tribulación tendrá como uno de sus propósitos, quitar la máscara de religiosidad de los seres humanos y quede evidenciado quienes son en realidad.
En la frase “los que moran sobre la tierra”, se utiliza el término “Katoikeos” que significa un residente permanente o personas que han hecho de este mundo su hogar y no les interesa nada, sino satisfacer sus placeres terrenales. En el caso del verdadero cristiano, se sabe que somos lo contrario, peregrinos y advenedizos sobre la tierra. Estamos conscientes de que vivimos en el mundo, pero no somos del mundo; nuestra patria es la Nueva Jerusalén,
“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” (Juan 17:14-16)
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma…” (1 Pedro 2:11)
Continuará…
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