EL ARREBATAMIENTO DE LA IGLESIA (Parte 5)
“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.” (Apocalipsis 19:7,8)
En la pasada publicación pudimos ver a través de las escrituras proféticas, que una vez la Iglesia sea arrebatada al tercer cielo, tendrán lugar dos eventos principales. El primero será el juicio de los creyentes (Bimah), donde cada persona perteneciente a la Iglesia será recompensada individualmente, conforme a la labor que realizó mientras estaba en esta vida. El segundo gran evento que tendrá lugar en el cielo, tras la llegada de la Iglesia del Señor será las bodas del Cordero.
En el capítulo cuatro de Apocalipsis podemos leer que el apóstol Juan tuvo la maravillosa experiencia de ser arrebatado al tercer cielo y presenciar por adelantado la gran celebración espiritual que se efectuará cuando la Iglesia se una permanentemente con Jesús en las esferas celestiales,
“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas. Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda.” (Apocalipsis 4:1-3)
El arrebatamiento de la Iglesia (1 Tesalonicenses 4:15-17) está representado en la experiencia del apóstol. El entendimiento humano se queda corto ante la grandeza de lo que pudo ver y escuchar en esta revelación del futuro que se le mostraba. Pudo notar que alrededor del trono del Padre había 24 tronos y sobre ellos veinticuatro ancianos con ropas blancas y coronas de oro en sus cabezas,
“Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas.” (v.4)
Mucho se ha discutido sobre la identidad de estos ancianos que rodean el trono de Dios. Unos creen que son los doce patriarcas, hijos de Jacob, que fundaron las doce tribus de Israel en el Antiguo Testamento y los doce apóstoles del Señor en el Nuevo Testamento. De este modo, si lo fuéramos a tomar literalmente, los 24 ancianos serían de la nación judía. Sin embargo, en un cuidadoso estudio del pasaje notamos varios puntos interesantes:
- En este punto de la historia, en la cronología de los eventos descritos en Apocalipsis, todavía Israel no ha alcanzado su punto de restauración; estarán atravesando por el período de la gran tribulación.
- Las promesas de Dios para Israel se encaminan en un aspecto terrenal, no se les ha prometido un reino espiritual, como a la Iglesia.
- Los 24 ancianos no pueden ser solamente judíos, porque el texto dice que son de todas partes del mundo: “... nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación…” (Apocalipsis 5:9)
- No pueden ser seres angelicales, ya que los ángeles no son redimidos por la sangre de Jesucristo. Ellos decidieron su destino cuando eligieron quedarse del bando de Dios en la rebelión de Satanás: “... porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios…” (5:9)
- Se les ve con coronas de oro sobre sus cabezas. Este tipo de corona (gr. stephanos) son las que se otorgaban a los ganadores de la lucha olímpica. Son premios para los cuales el aspirante necesita mucha disciplina en la preparación y fortaleza para resistir la gran presión de los combates. Tipifica la importancia de la preparación espiritual diaria y la necesidad de ser investidos de la fortaleza de Dios, para lograr vencer los conflictos en nuestro caminar por la vida. Son coronas para gente que ha peleado la buena batalla y han logrado vencer por el poder del sacrificio redentor de Jesús, la Palabra de Dios y negándose a sí mismo para conformarse a la voluntad de Dios: “... y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.” (Apocalipsis 12:11)
- Serán reyes y sacerdotes en el reino eterno de Jesucristo. Los únicos llamados a reinar en el aspecto espiritual sobre las naciones son las personas redimidas, que componen la Iglesia del Señor: “... y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.” (5:10)
- La Iglesia del Señor desde sus comienzos (33 dC.) hasta el presente, se compone de un número incontable de personas: “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones…” (Apocalipsis 5:11) A pesar de que la cifra incluye a los ángeles y los seres vivientes, el número de los que pertenecen a la Iglesia es enorme, sin contar los que se añaden después; los que suben de la gran tribulación: “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero… Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos.” (Apocalipsis 7:9,10,13-15)
“... los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos.” (Apocalipsis 7:14,15)
El número 24 tiene que ver con el servicio a Dios. Cuando el rey David estableció las órdenes sacerdotales para el servicio en el templo, las dividió en grupos de 24. Todos eran descendientes de Eleazar e Itamar, hijos de Aarón. (1 Crónicas 24)
El apóstol Juan vio que del trono de Dios salían relámpagos y truenos y voces, sin embargo, delante del trono había un mar sereno, que irradia la paz del Creador sobre sus redimidos, Apocalipsis 4:5. Son dos cuadros aparentemente contradictorios, pero tipifica dos realidades:
- Dios se levanta de su santo lugar para castigar al morador de la tierra, por su maldad: “Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él; y la tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá ya más a sus muertos.” (Isaías 26:21)
- La inmensa paz de los redimidos del Señor, en su estado eterno: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación.” (Isaías 26:20)
El Espíritu Santo es simbolizado por las siete lámparas de fuego delante del trono de Dios; el número 7 representa plenitud, totalidad, universalidad,
“... delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios.” (Apocalipsis 4:5)
Se nota la presencia de los seres vivientes; estos son servidores delante del trono de Dios continuamente y poseen una capacidad extraordinaria de adoración. En Isaías se les describe como seres ardientes de impresionante resplandor y una adoración estremecedora,
“... vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.” (Isaías 6:1-4)
Tanto los seres vivientes, como los ángeles, por su vasta experiencia ministrando en la presencia de Dios, tendrán que ayudar a la Iglesia a acercarse al trono de la Majestad divina y ofrecer la adoración sobrenatural que merece el Creador de los cielos y la tierra. Recordemos que los cristianos en la actualidad tenemos experiencias con Dios regularmente y le adoramos de todo corazón, pero nada se compara a ese momento cuando la Iglesia esté cara a cara con el Autor de la vida,
“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.” (1 Corintios 13:12)
Los seres vivientes lideran la adoración y la Iglesia representada en la figura de los 24 ancianos se postran sobre sus rostros y echan sus coronas, recibidas en el juicio del Bimah, delante de la presencia del Padre. Esto es un acto de rendición total, porque reconocen que tanto la salvación, como las coronas recibidas por su labor, son obra de la gracia divina y solamente Él merece el reconocimiento,
“Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Apocalipsis 4:9-11)
Durante esta ministración se efectuarán las bodas del Cordero; la esencia misma de Dios se une con su pueblo para siempre. Las coronas se transformarán en un brillo de gloria, en cada persona, conforme a la magnitud de su recompensa,
“Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad.” (Daniel 12:3)
“Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mateo 13:43)
Después de un buen tiempo de adoración, se hace una pausa, porque hay que abrir los sellos o decretos legales que ordenan el comienzo de los juicios divinos sobre el mundo. Sin embargo, es un documento tan importante y sagrado que nadie es digno de abrirlo, ni siquiera mirarlo,
“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo.” (Apocalipsis 5:1-3)
Sí no aparecía alguien digno de abrirlo, se detenía el plan de Dios, lo cual es imposible que ocurra. Pero el ángel lanza la pregunta y Juan se da cuenta que nadie poseía la dignidad suficiente para darle continuidad al plan restaurador de Dios, por lo cual se echó a llorar desconsoladamente: “ Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo.” (v.4)
Uno de los ancianos lo consuela cuando le indica que solamente había Uno que poseía esa dignidad, Jesucristo, el Hijo de Dios, en virtud de su aplastante victoria en la cruz sobre el reino de las tinieblas,
“Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.”
Quizás algunos digan que por ser Dios, Jesucristo es automáticamente digno para esta acción y eso es cierto, sin embargo, en el cielo, al igual que en la tierra, hay tribunales y es totalmente necesario que Dios deje evidenciada la mentira y el engaño de Satanás para prevenir cualquier otra rebelión.
Continuará…
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