Tuesday, February 4, 2020

EL AÑO DE LA BUENA VOLUNTAD DE JEHOVÁ


EL AÑO DE LA BUENA VOLUNTAD DE JEHOVÁ

Evidentemente podemos notar en las Sagradas Escrituras, que desde el principio, Dios ha tratado con los seres humanos a través de dispensaciones, o períodos de tiempo donde las personas que ya poseen cierto grado de revelación espiritual, reciben una visitación especial de parte del Señor y se establecen ciertos pactos que marcan el trato del Creador con la humanidad. Ejemplo de esto lo tenemos en Adán, a quien Dios creó y lo puso a cargo del huerto de Edén, la vida era ideal, sin complicaciones; la única condición para permanecer en ese estado era abstenerse de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. A esto se le llama: “La dispensación de la inocencia”, (Génesis 2:4-25). 
Luego, con la rebelión de la primera pareja (Adán y Eva), comienza otro periodo, ya que el trato de Dios cambiaría y habría consecuencias penosas para toda la raza humana, (Génesis 3:1-24). Aquí comenzó la “dispensación de la conciencia”, donde la primera pareja adquiere el conocimiento del bien y el mal, de manera empírica, esto significa que fueron absorbidos por el mal; no era un conocimiento externo, como en el caso de Dios, que conoce el mal, pero no es afectado por éste. De esta manera se hicieron esclavos del pecado y transmitieron esa condición caída a toda la humanidad que nacería de ellos. 
En estas dos primeras dispensaciones se nota el fracaso del hombre en administrar los bienes que Dios puso bajo su cuidado (la creación terrenal). La maldad fue en aumento hasta el punto de verse en peligro el linaje del cual vendría el Mesías. Por esta razón, el Señor decide enviar el diluvio universal, después de haber amonestado por muchos años a aquella generación, para que se volvieran de sus malos caminos, (Génesis 6:1-8; 2 Pedro 2:5). Hasta ese momento, el gobierno universal era teocrático, luego del diluvio, el Señor delega en las personas, la política de sus respectivos países, (Génesis 9:6). A esta dispensación se le conoce como: “El gobierno humano”. El fracaso final de esta generación culminó con la edificación de la torre de Babel, donde toda la humanidad existente se rebeló contra Dios y edificaron una gran torre para honrar otras supuestas deidades y alejar su fe del único Dios verdadero, (Génesis 11:1-9). La rebelión de Babel se convirtió en la cuna de las falsas religiones en todo mundo y a través de todas las edades, hasta nuestros días. Estos sistemas religiosos anti Dios tomarán su forma final durante el período de la tribulación, donde se unirán en una religión mundial, a la cual Dios llama: “BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA”, (Apocalipsis 17:3-6). Sobre ella hablaremos con más detalles en futuros artículos. 
La cuarta dispensación se le llamó:”La promesa”. Fué un período de prueba entre el llamamiento de Abraham y la promulgación de la Ley en tiempos de Moisés, (Génesis 12:1-Éxodo 19:8). Se concentró primordialmente en el pueblo de Israel, aunque tenía que ver con la promesa de la llegada de la simiente (El Mesías Jesucristo) en quien serían benditas todas las naciones de la tierra, (Génesis 22:16-18; Gálatas 3:16,17). 
La quinta dispensación es:“La Ley”, abarca desde la ratificación de la Ley de Dios a través de Moisés, en el monte Sinaí, hasta el sacrificio de Jesús en la cruz del Calvario. 
La Ley se introdujo, no para redimir a la raza humana, sino para hacerle entender su condición pecaminosa y su incapacidad de justificarse por sí mismo ante Dios. Nunca contradijo la promesa de Dios a Abraham, sino que fue el medio para que se cumpliese. Preparó a la nación de Israel para la llegada de la Simiente, el Mesías Jesucristo; todas las naciones de la tierra están destinadas a ser benditas en Él. 
Cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y bajo la vigencia de la ley mosaica, para traer salvación a judíos y gentiles que se vuelven de sus malos caminos y ponen su fe en Jesucristo. Aquí comienza la sexta dispensación: “La Gracia”, (Juan 1:17). También se le llama: “El año de la buena voluntad del Señor” o época donde Dios extiende su misericordia sobre la humanidad, enviando a su Hijo a este mundo para revelarnos el camino de la salvación, (Mateo 4:16). Este tiempo estaba profetizado desde el Antiguo Testamento (Isaías 61:1-11). Es un período establecido primeramente por Jesús, al que la Iglesia le da continuidad, donde el Espíritu Santo llega a la vida del creyente y le unge para proclamar la Palabra de Dios con autoridad, poder y manifestación sobrenatural de milagros, señales y prodigios, (Joel 2:28-32; Lucas 10:19,20; Juan 14:12-14; Hechos 2:16-21; 1 Corintios 2:4,5). El apóstol Pedro, en su primer discurso colectivo en Pentecostés confirmó que el derramamiento del poder del Espíritu Santo sobre ellos en el aposento alto, dá comienzo a “los postreros días” (Hechos 2:16-21), basado en la profecía de Joel 2:28-32, lo que significa que en esta dispensación tendrá lugar la llegada de Jesucristo. 
Cuando Jesús nació en Belén de Judea, una multitud de las huestes celestiales anunciaron su llegada, ante unos pastores que apacentaban su rebaño en aquella región, (Lucas 2:8-20). Es importante entender lo que decían: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
Si somos cuidadosos leyendo, nos daremos cuenta que no dice, “paz a los hombres de buena voluntad”, como muchas personas creen; en cambio dice, “buena voluntad para con los hombres”. Esto nos deja ver que la buena voluntad viene de parte del Señor para los seres humanos, lo que confirma que es un acto de gracia, no hicimos nada para merecerlo, ni lo pedimos, ni siquiera sabíamos que lo necesitábamos. Pero Dios, por su gran amor y sabiduría infinita, sabía que era totalmente necesario, (Efesios 2:1-10). 
Cuando Jesús principiaba su ministerio terrenal, entró en la sinagoga de Nazaret y le tocó leer el pasaje mencionado anteriormente de Isaías 61: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor…” (Lucas 4:16-21). Una vez acabó de leer, enrolló el libro, lo dió al ministro y  testificó que él era el cumplimiento de esa escritura y lo demostró a través de todo su ministerio terrenal. Su Iglesia hereda esa unción para ministrar en su nombre, proclamando el mensaje de la redención a todas las naciones, (Mateo 10:8; Lucas 10:1-12; 17-20; Juan 6:28,29; 14:12-14). 
De esto se trata el año de la buena voluntad del Señor, tiempo de restauración donde Jesús nos abre las puertas de la salvación y nos envía a llevar su mensaje hasta los confines de la tierra, para testimonio a las naciones, (Mateo 24:14). 
Es donde la gracia de Dios se ha manifestado al mundo, enseñándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, (Tito 2:11-13). 
El Señor pasa por alto los tiempos de la ignorancia y llama a todos a una relación verdadera con Él, ya que ha establecido una fecha donde juzgará al mundo con justicia y verdad, teniendo como evidencia máxima, la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, (Hechos 17:30,31).  
Es la época donde el Espíritu Santo derrama su poder sobre los creyentes y los capacita para proclamar la Palabra de Dios con autoridad, destruir las fortalezas del enemigo, derribando todo argumento y altivez que se levanta contra el conocimiento del Señor, (2 Corintios 10:3-5). 
Es el tiempo donde el Espíritu de Dios es enviado a redargüir al mundo de pecado, por cuanto rechazan el sacrificio redentor de Jesús, el único camino para la salvación. También demuestra la justicia de Dios, ya que él Señor fue devuelto a su lugar de preeminencia, después de haber descendido a lo más profundo de la humillación. Anuncia el justo juicio del Creador, porque Satanás ha sido derrotado y expuesto ante el mundo, demostrando su maldad, mentiras y su limitada capacidad. Esto a su vez demuestra de manera inequívoca, la supereminente grandeza del poder de Dios, (Juan 16:7-11; Colosenses 2:13-15; Filipenses 2:5-11; Efesios 1:18-23).  
El año de la buena voluntad del Señor fue proclamado desde el nacimiento de Jesús en Belén de Judea, pero entra en vigencia cuando el Señor lee el capítulo 61 de Isaías, en la sinagoga de Nazaret, (Lucas 2:8-20; Lucas 4:16-21). Se extenderá hasta el arrebatamiento de la Iglesia, después de lo cual entrará el período de la tribulación. Isaías llama ese tiempo: “El día de venganza del Dios nuestro”, (Isaías 61:2). 
Cuando Jesús leyó este pasaje en la sinagoga, omitió esa última parte, con toda la intención, ya que en su primera venida, no era el enfoque principal de su mensaje, aunque enseñó algunas cosas sobre ese tiempo. 
El año de la buena voluntad del Señor también se le conoce como:”La era de la Iglesia”, un misterio que no fue imaginado por los más ilustres rabinos de Israel, ni siquiera por los ángeles, (Efesios 3:5,6; 1 Timoteo 3:16). 
Personalmente entiendo que muchos creyentes no conocen a cabalidad la posición que tienen dentro del plan eterno de Dios, ni las herramientas que el Señor nos ha dejado para militar triunfantes. Muchos se han dedicado a buscar el favor del mundo y han perdido la sazón espiritual que nos caracteriza, otros por timidez o cobardía, han decidido esconder la luz de la verdad de Dios, para no ser perseguidos, (Mateo 5:13-16). Otros han perdido el enfoque correcto y han llegado a creer que el evangelio es para lucrarse y tener vidas de opulencia terrenal, (1 Pedro 5:2; 2 Pedro 2:1-3). 
Pero ciertamente ninguna de esas razones son válidas para servirle al Señor, (Juan 6:26,27). El que conoce a Dios en lo íntimo, no puede menos que amarlo, adorarlo y servirle con rectitud de corazón cada día de su vida. Hay que aprender a desarrollar su carácter en nosotros, para ser libres de toda motivación incorrecta, (1 Pedro 2:5-7).  
Lo que más nos apasiona es el gran amor que mostró el Padre para traernos a la comunión con Él y ser recibidos como miembros de su familia, (Efesios 2:13-22; 1 Juan 3:1-3). Debemos recordar que aunque toda la humanidad es creación de Dios, no todos son hijos; esta potestad la recibimos cuando aceptamos a Jesús como Salvador, con todos los beneficios y responsabilidades que esto conlleva, (Juan 1:11-13; Filipenses 1:29; Juan 3:1-3). 
Desde el principio de la creación, Dios ha demostrado su favor inmerecido a todos, porque El es lento para la ira y grande en misericordia y verdad (Salmo 103:8-18) pero es en este año de su buena voluntad o la dispensación de la gracia, donde Dios ha hecho su máxima expresión de amor y compasión por la humanidad, en la persona de su unigénito Hijo, (Juan 3:16; 1 Juan 3:1). 
Como dijimos antes, esta era dispensacional (la gracia) comenzó con el nacimiento de Jesús, pero se divide en dos fases: El año de la buena voluntad del Señor y el día de venganza del Dios nuestro. Terminará en la segunda venida corporal de Jesucristo, junto con su Iglesia y sus santos ángeles, para reinar sobre las naciones sobrevivientes al período de la tribulación. Esto dará paso a la séptima dispensación: El reino eterno de Dios. En futuras publicaciones hablaremos más sobre ello. 

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