LAS AGUAS SALUTÍFERAS EN EL TEMPLO DE DIOS
“Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente... Y me dijo: Estas aguas salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas. Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río... sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina.” (Ezequiel 47:1-12)
Esta visión que Dios le dió al profeta Ezequiel se remonta a la vida en el reino milenial. Para comprenderla debemos observar dónde se originan las aguas salutíferas y cuál es su propósito. Conforme a las escrituras, este gran manantial nace desde el mismo trono de Dios y del Cordero que ubican en la Jerusalén celestial (diferente a la Jerusalén terrenal). Este río de bendición fluirá a través de la ciudad celestial, teniendo sembrado a lo largo de su ribera el árbol de la vida. Recordemos que este árbol no es uno solo, sino una especie que se esparce sobre todo el litoral de este gran río que sale de la presencia de Dios,
“... me llevó, y me hizo volver por la ribera del río. Y volviendo yo, vi que en la ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado.” (Ezequiel 47:6,7)
El río descenderá por la región desértica del Arabá, siguiendo su curso hacia el Mar Grande, luego se distribuirá por todo el mundo trayendo sanidad a los cuerpos de agua y a la vegetación en todo el planeta,
“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.” (Apocalipsis 22:1,2)
La Nueva Jerusalén no puede descender del cielo hasta que se efectúe la total restauración del orden divino en el mundo. Sin embargo, el santuario del Señor en la tierra o templo del milenio comenzará a recibir los beneficios de estas aguas salutiferas que manan de la misma presencia del Señor, desde los comienzos de la era milenial,
“Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal.” (Apocalipsis 21:10,11)
Recordemos que los sobrevivientes del período de la tribulación entrarán al reino mesiánico con cuerpos naturales y estarán propensos a cansarse, debilitarse o enfermarse, por lo que será necesario que tomen de las aguas salutíferas y coman de las hojas del árbol de la vida, para ser sanados, fortalecidos y vivir en longevidad. Asimismo será limpiada toda la contaminación ambiental, acumulada a través de la historia, mayormente en el período de la tribulación. Los cuerpos de agua, la vida marina y la vegetación terrestre serán sanados; el clima será equilibrado, de manera que la temperatura global sea perfecta para todas las especies. Algunos pensarán que esto es demasiado bueno para ser cierto, pero recordemos las palabras del apóstol,
“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (1 Corintios 2:9)
El movimiento de las aguas salutíferas es algo que ya los creyentes experimentamos diariamente a nivel individual y de manera espiritual cuando creemos a las promesas de Dios y procuramos caminar conforme a su voluntad,
“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él…” (Juan 7:37-39)
“Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.” (Apocalipsis 21:6)
El Espíritu Santo viene a morar en el creyente al momento de la conversión y éste se constituye en templo del Dios viviente. Su poderosa actividad en nuestro interior satisface la sed de nuestras almas y nos conduce aún mas allá de esta vida,
“... el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (Juan 4:14)
Todas las promesas de Dios para sus hijos están contenidas en esta poderosa realidad,
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” (S. Juan 15:7)
Por eso Dios le ordena al profeta que se mueva a mayor profundidad en estas aguas,
“Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos. Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. Y me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre?....” (Ezequiel 47:3-6)
De la misma manera, el Espíritu Santo nos enseña y nos guía a través de las diferentes etapas de nuestras vidas para darnos el crecimiento y la madurez que necesitamos en nuestro desarrollo espiritual,
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.”
(2 Pedro 1:3-7)
Esta visión que tuvo Ezequiel tiene un gran significado para nuestras vidas hoy, ya que nos asegura que la presencia vivificante del Señor está disponible para nosotros hoy; es el tesoro más grande al que podemos aspirar,
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed…” (Isaías 55:1)
Por tanto, debemos entender que esta visión profética lleva una doble connotación: En el aspecto espiritual de la vida de cada discípulo del Señor y en el ámbito terrenal durante el reino milenial, donde el planeta y toda la vida contenida en él recibirán sanidad y restauración por el efecto de estas aguas salutíferas.
No podemos esperar menos de un ser tan compasivo, todopoderoso y perfecto en todos sus caminos,
“... toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación…” (Santiago 1:17)
CONTINUARÁ…
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