CONDENACIÓN DE LA GRAN RAMERA: El cáliz infernal (Parte 6)
“... y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación; y en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA.” (Apocalipsis 17:4,5)
Durante las pasadas publicaciones hemos visto algunos detalles que ofrecen las Sagradas Escrituras sobre el misterio de la gran ramera; su origen, su trayectoria y desarrollo a través de la historia. Hoy estaremos viendo el simbolismo que encierra el cáliz de abominaciones e inmundicias que porta en su mano.
Es impresionante notar que la religión romana utiliza un cáliz de oro para oficiar la “cena del Señor” en sus misas. Sería difícil entender el alcance de las ofensas que ese sistema realiza contra Dios si no examinamos las repercusiones de lo que profesa y representa. Evidentemente, las abominaciones hace referencia a todas las prácticas y enseñanzas que insultan a Dios y provocan su ira. La lista de dichas doctrinas sería interminable, pero solamente mencionaremos dos en el sector catolico y dos por la parte de los evangélicos apóstatas:
1- Declarar al Papa como vicario de Dios en la tierra (Vicarius Filii Dei)- El único vicario de Dios fue Jesucristo, en su ministerio terrenal y luego de su resurrección nos dejó su Espíritu Santo. Un vicario es un representante con la misma dignidad y poder del que lo envía; declarar al Papa vicario de Dios es reducir al Espíritu del Señor a la categoría de un simple mortal. Este título le otorga al Papa soberanía sobre sus seguidores en todo el mundo; además le concede la autoridad como jefe de estado, lo que le permite viajar a casi cualquier país del mundo y ser recibido como un dignatario. Sin embargo, es una presunción totalmente inaceptable para Dios; raya en una terrible blasfemia que puede ser imperdonable,
“Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.” (Mateo 12:31,32)
Este tipo de blasfemia consiste en rechazar o reemplazar al Espíritu Santo intentando imponer otro patrón de conducta a la establecida por Dios mismo. La persona que blasfema al Espíritu es la que rechaza de manera consciente y consistente la verdad de Dios que le es revelada; expulsa de su vida toda posibilidad de ser redargüida y llevada a una verdadera relación con el Señor. El individuo cae en un estado de ceguera espiritual donde viendo no ve y oyendo no entiende, ni le interesa, porque queda ciego del camino que conduce a la la vida y su entendimiento es entenebrecido,
“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible…” (Romanos 1:21-23)
Hay una gran diferencia entre ser un representante de Dios a ser un vicario. Por ejemplo, Jesús fue el vicario de la humanidad en la cruz, porque estando en nuestra misma condición humana, nos reemplazó, padeciendo el castigo que merecían nuestros pecados. Por otro lado, los discípulos del Señor somos sus representantes en la tierra y nos movemos proclamando las virtudes del que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Jesús nos prometió su Espíritu Santo como Consolador, vicario o sustituto para hacer morada en nuestras almas y guiarnos a toda verdad,
“Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” (Juan 14:15-17)
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26)
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.” (Juan 16:13)
No hay duda de que en la obra de Dios hay un orden y el Señor estableció líderes con ministerios dirigidos a la educación y fortalecimiento de su pueblo,
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo…” (Efesios 4:11-15)
Sin embargo, Jesús advirtió sobre el peligro de los monopolios religiosos en su pueblo,
“... vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo....” (Mateo 23:8-11)
2-La deificación de María como reina del cielo, corredentora con Cristo y madre de Dios- Recordemos que Dios no fue creado por mujer u hombre alguno. Él es el Creador de todo; María solamente fue el instrumento que el Espíritu Santo utilizó para gestar el embrión divino, el cual vino preparado desde el cielo, sin intervención humana; de esta manera, Jesús no hereda la simiente pecaminosa de la humanidad y viene a ser el Cordero perfecto para el sacrificio redentor.
María era ciertamente una mujer piadosa grandemente bendecida por haber sido elegida para dar a luz al Salvador del mundo, pero ella no era divina, ni estaba libre de pecado, ni debe ser adorada, venerada, ni se le debe orar.
Todos los seguidores del Señor rechazan la idea de ser adorados. Pedro y los apóstoles se negaron a ser adorados (Hechos 10:25-26; 14:13-14). Los santos ángeles se niegan a ser adorados (Apocalipsis 19:10; 22:9). La respuesta es siempre la misma: ¡Adorad a Dios! Ofrecer adoración, reverencia o veneración a alguien que no sea Dios, no es otra cosa que idolatría. Esto quita la atención y la fe de las personas de la única fuente de bien que puede existir y los lleva a buscar en lugares equivocados donde mueren espiritualmente,
"No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios..." (Éxodo 20:4,5)
“Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios.” (1 Corintios 10:20,21)
Las palabras de María en su "Magníficat" (Lucas 1:46-55) revelan que nunca pensó de sí misma como "inmaculada" y merecedora de veneración, sino que dependió de la gracia de Dios para la salvación,
"Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen..." (Lucas 1:48-50)
María no puede en manera alguna interceder por nosotros ante el Señor, porque el único que media entre los seres humanos y Dios es Jesucristo, en virtud de su muerte sacrificial,
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos…” (1 Timoteo 2:5,6)
“... yo no recibo testimonio de hombre alguno; mas digo esto, para que vosotros seáis salvos.” (Juan 5:34)
Sólo los pecadores necesitan a un Salvador, y María, como parte de la raza humana, reconoció esa necesidad en sí misma. Recordemos que el pecado adámico afectó a toda la raza, sin excepción y una de las cosas más importantes que tenemos que comprender es que necesitamos la cura para esta condición y la encontramos en el sacrificio redentor de Jesucristo por nosotros.
Continuará…
No comments:
Post a Comment